Merche Toraño
Al rico helado

Se ha convertido en uno de los postres más apreciados que se puede consumir en cualquier época del año. Se nos deshace en la boca, ofrece múltiples sabores, además de los tradicionales de nata, vainilla y chocolate; refrescan nuestro paladar, son una delicia para el sentido del gusto, y contienen sustancias tan necesarias para nuestro organismo como proteínas, aminoácidos y calcio, según se cita en el Libro Blanco de SEMFYC (Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria).
Decir en el siglo XXI que tomamos un helado, suena como algo tan cotidiano que, al igual que tantas otras cosas integradas en nuestra vida, ni se nos ocurre cuestionarnos de donde partió o quien tuvo un día la genial idea de dejarnos como herencia algo tan exquisito.
Existen versiones diferenciadas, y bastante controversia en cuanto a su origen, que señalan a China, Egipto y Grecia, países en los que se tomaban zumos de fruta con nieve. Pero son más, y parece haber constancia que así es, los que se decantan por China donde lo datan alrededor de tres mil años atrás. Y es que los chinos utilizaban ya el frío para conservar alimentos en pozos de nieve y poder consumirlos tiempo después. Se dice que de este país parte la primera receta de una crema helada, consistía en una pasta de arroz con leche aromatizada, y que podría ser la casual precursora de los helados de hoy.
El helado que conocemos no tiene nada que ver con los primeros que se empezaron a popularizar, que no contenían materia grasa y eran una especie de granizados que se consumían en la temporada de calor y se hacían con zumos y pulpa de fruta mezclado con hielo. Estos preparados fueron muy aceptados entra las clases altas de Egipto, Grecia, Persia y en la antigua Roma donde la gente del pueblo que no podía acceder a las delicadezas gastronómicas, se tenía que conformar, como ocurre en todas las culturas, con un sustituto que, en ese caso, consistía en nieve o hielo endulzado.
Según una versión muy conocida, Marco Polo, de uno de sus viajes por Oriente, llevó a Italia el helado a finales del siglo XIII y después se fue extendiendo poco a poco por el resto de Europa, Catalina de Medicis lo llevó a Francia cuando se casó con Enrique II y su nieta a Inglaterra cuando se casó en 1630 con Carlos I. El repostero del rey añadió a la receta leche y huevos convirtiendo en una crema helada lo que antes era un sorbete y así, poco a poco, fue evolucionando hasta las cremas suaves y con multitud de sabores de las que hoy podemos disfrutar.
En esos tiempos antiguos, preparar helados era tarea muy complicada porque se necesitaba mucho frío, no disponían de congeladores como ahora y los ricos pagaban porteadores para que les trajeran de la montaña hielo y nieve que luego guardaban en pozos y tapaban con paja. Ahí enfriaban las bebidas o conservaban los sorbetes un tiempo.
En 1550 Un español, el doctor Blas de Villafranca que vivía en Roma, ya se había dado cuenta de que añadiendo sal al hielo o nieve que ponían alrededor del recipiente donde hacían el helado podían alcanzar el punto de congelación a voluntad y los italianos empezaron a utilizar esta técnica.
La primera heladeria del mundo la abrió el siciliano Francesco Procopio en su Café Procope en París en 1686. Este italiano hacía un sorbete con hielo miel, zumo de frutas y nueces picadas, y una especie de natillas con leche huevos y mantequilla; inventó, además, un aparato para mezclar esos ingrediente de forma homogénea, consiguiendo una crema suave que helaba y servía en copas de metal para que conservaran mejor el frío. Tuvo tanto éxito que hasta el rey Luis XIV pasó por ese local. Pero la auténtica popularización de los helados empezó a partir del siglo XIX cuando se consigue fabricar hielo sin tener que recurrir a la nieve. En las grandes ciudades españolas ya se vendían helados en ese siglo en algunos cafés pero como no todo el mundo podía permitirse acudir a uno de estos establecimientos, la gente hacía en su casa una bebida helada, como en la antigua Roma, mezclando agua de nieve con zumos de fruta. En los años 40 del siglo XX una norteamericana, Nancy M. Johnson, inventaba la primera máquina automática para hacer helados dando así lugar a su fabricación industrial. Y fue también en EE.UU, a principios del siglo XX, donde la idea de poner una bola de helado sobre un cucurucho comestible hizo rica a la joven vendedora ambulante a la que se le ocurrió. De la misma forma, en Norteamérica, Ohio, un fabricante tuvo el acierto de ponerle un palito a uno de vainilla recubierto de chocolate dando lugar al famoso polo.
Los helados se fueron adaptando con el tiempo a las costumbres de consumo de todo el mundo y, hoy por hoy, son un producto asequible, habiendo pocas personas a las que no les gusten. Y en España ya están integrados en el código alimentario, creado en 1965, que determina las reglas higiénicas de su producción.
Imagen de - edad de niebla -