Merche Toraño
Entre coqueteo o roneo

Cuando escucho eso de “roneo”, si ese día, por aquello del cansancio, no estoy muy despejada de mente, os confieso que tengo que reclamarle a mi cerebro unos segundos de máxima capacidad comprensora para enterarme bien del significado de lo que estoy escuchando.
Y es que soy de otra época en la que se decía tirar los tejos en lugar de tirar los trastos cuando de lo que se trataba era de hacer ver a otra persona que sentía por ella un interés especial o cuando una insinuación para tratar de agradar o llamar la atención de alguien con una intención de acercamiento romántico recibía el nombre de coqueteo en lugar de roneo. Con el tiempo todo se transforma, las cosas se van acomodando a las modas del momento, cambia la foma de relacionarse y el lenguaje de la calle también se va adaptando a las ocurrencias más o menos afortunadas de alguien con la suficiente proyección mediática o de influencia como para provocar un mimetismo popular capaz de modificar el idioma propio y vulgarizarlo con expresiones o palabras no recomendadas por la Real Academia de la Lengua, y a las que una mayoría nos terminamos acostumbrando. Pero connotaciones lingüísticas o acepciones aparte, entre las palabras coqueteo o roneo, personalmente y por algunas razones, prefiero la primera. Me suena más a las interminables ceremonias de cortejo de nuestros abuelos, o padres, a miradas esquivas y pícaras a frases que con muy pocas palabras decían mucho; me retrotrae a los disimulados preámbulos de acercamiento hacia el chico que nos gustaba de las que, aunque tengamos una edad, también fuimos muy jóvenes un día . La palabra coqueteo me aleja de la realidad materialista y poco romántica de esta época que me tocó vivir, y hace que se rinda mi interés ante el ingenuo y utilizado código de comunicación que se utilizó en España, especialmente en Andalucía hasta finales del siglo XIX y que se dio en llamar el lenguaje secreto del abanico. Un secreto a voces que todos conocían, que aunque no fue igual en todas partes se basaba en la colocación del abanico en cuatro direcciones con cinco posiciones distintas en cada una de las cuatro. Por este medio se representaban las letras del alfabeto y se complementó después con un tratamiento abreviado que se usaba en el lenguaje amoroso y que consistía en señalar con los padrones determinados puntos de la mano izquierda. Esto, pero con movimientos de bastón fue imitado por los liberales andaluces en la ·década ominosa (1823-1833) para evitar que algún partidario del bando absolutista, que se encontrara cerca, pudiera escuchar lo que hablaban.
Pero si hubo una época en la que este lenguaje se extendió hasta hacerse muy popular fue en el año 1830 cuando, J. V. Duvelleroy, un fabricante parisino que dos años antes había abierto un local en París y, según se dice, inspirándose en el código utilizado en España, escribió un libro titulado Le langage de l’eventail en el que explicaba el significado de 33 movimientos, de los que os voy a describir unos pocos a modo de curiosidad. Ahí os van:
Según el libro de Duvelleroy, sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro quería decir, sígame y el mismo gesto con la izquierda indicaba buscar conocerse
Mantenerlo apoyado en la oreja izquierda significaba: quiero que me dejes en paz
Moverlo con la mano izquierda: nos observan (cuidado)
Cambiarlo de la mano izquierda a la derecha : eres un osado
Y así sucesivamente. Esto solo es una pequeña muestra de este método de lenguaje no hablado al que yo le daría la categoría de arte del coqueteo. Y es que, lo reconozco , soy una enamorada del abanico.
Si os atrae el tema podréis buscar en Internet el libro en español, y además encontraréis mucha información relacionada con este ventilador tan sencillo bonito y antiguo. Seguro que disfrutaréis con esa lectura.
Imagen de - edad de niebla -