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  • Foto del escritorEdad de Niebla

El dolor invisible

Historia contada por su protagonista




Imagen de edad de niebla


Hoy, Vanesa García Fernández nos cuenta su complicada vida y su enfermedad.

El dolor invisible

La insistente melodía de la alarma del móvil suena un lunes más. Me despierto hecha un ovillo, con el cuerpo dolorido y cansado, estirándome con mucha dificultad, con hastío y con ganas de morirme. Los sofocos, los terribles dolores de huesos, el cansancio extremo y la soledad. En la cocina bebo un café apuradamente, y casi a rastras , como puedo, me voy a la primera de las siete casas que limpio cada día para poder sobrevivir.


El tiempo pasa rápido. Alguna vez pienso en los momentos felices del pasado, el día de la boda fue como un cuento de hadas, mis padres aún vivían y yo era la mujer más dichosa del mundo. Después llegaron mis deseados niños. Mientras limpio los cristales en la penúltima casa, recuerdo con nostalgia cuando salíamos los tres hacia el colegio y bajaba enérgica y vigorosa las escaleras y, llena de orgullo, los llevaba cogidos de la mano hasta la misma puerta de la clase. Era tan feliz… lo tenía todo. Ahora cualquier movimiento me produce dolor y cansancio, ese eterno cansancio físico pero sobre todo mental. También el alma duele, y eso es lo peor.


Un buen día mi marido me dejo por una dominicana veinte años más joven, que le llamaba “papito” y le comía a besos. Todos los ahorros que a base de horas y horas de trabajo en el bar del pueblo que me habían dejado mis padres, se fueron con ellos a República Dominicana, y quedé sola con los niños a verlas venir.


Mis padres, como tantos españoles en los años 60, tuvieron que emigrar a Francia para labrarse un futuro mejor y con los ahorros abrieron un moderno café-restaurante en el pueblo. Cuando nos casamos decidieron dejarnos el bar. Él en la barra y yo en la cocina trabajamos muy duramente. Sin embargo la hipoteca estaba pendiente y como me dejó sin un duro tuve que vender el bar para que no embargaran nuestra casa. Así que luché como una loca para que mis hijos, Iker y Lis, acabaran sus carreras. He pasado mucha vergüenza, fui durante mucho tiempo la comidilla del pueblo.


Todos los sueños se fueron al garete. Apenas tengo ya esperanzas. Vivo como una autómata esperando nada…. me da igual. Es esta maldita enfermedad que me llegó hace unos años de regalo navideño con el embargo y con la menopausia… Tanto trabajar ¿para qué? . No veo ni una compensación. Los chicos se han tenido que marchar, al igual que marcharon mis padres, a trabajar al extranjero, porque en este país nadie les da una mísera oportunidad. Iker está en Alemania trabaja un motón de horas de camarero por ochocientos euros de mierda al mes. Lis está en Londres, por lo menos tiene un trabajo más decente, trabaja mucho pero en lo suyo, le pagan seiscientos euros y el apartamento compartido con otra compañera. Es publicista y como ella dice, "al menos adquiero experiencia y perfecciono mi inglés".


-¡Qué mierda¡, otra vez la alarma... Qué maravilla esto de las alarmas de los móviles con la cabeza que tengo... que todo se me olvida, si no fuera por esto no sé que sería de mi.

Ya son las doce y media. He de darme prisa o pierdo la cita médica en el Centro de Salud –con lo mal encarada que es la enfermera-. Es muy importante lo que han de decirme. Las pruebas y valoraciones del reumatólogo son fundamentales. A ver que me dicen... la amiga de Lis, que es abogada,5 se ofreció para tratar de conseguirme una pensión. Con todo lo cotizado como autónoma y lo mal que estoy, tal vez, y dependiendo del diagnóstico, pueda solicitar una incapacidad laboral. No, no es mucho... una mensualidad de unos cuatrocientos euros que por lo menos me quiten de asistir casas, yo estoy acostumbrada a vivir con poco y sería un gran alivio.


Que sofoco me acaba de dar son las prisas, estoy sudando y colorada como un tomate y ya me están llamando.


¡Vanesa García Fernández. Vanesa García Fernández¡…


Después del rapapolvo de la estúpida esta, que me dejó en evidencia delante de todos..., por fin veo al médico. No era la doctora habitual. Era un doctor madurito que me recibió con una amable sonrisa. Me invito a sentarme y me pidió que me tranquilizase. Mientras buscaba el informe en el ordenador, mis piernas temblaban y mi vista se estaba nublando.

Me dijo: Bueno no se inquiete, tras las pruebas que le han ido realizando… el diagnostico es fibromialgia y SFC. ¿Ha oído hablar de esta enfermedad? No señor, le confesé hecha un manojo de nervios. Entonces me explicó que SFC son las siglas de síndrome de fatiga crónica, un trastorno complejo. Las personas que lo padecen -como es mi caso- tienen siempre un cansancio agotador unido a otras sintomatologías y que no mejora ni con el descanso en la cama. Es más empeora con la actividad tanto física como mental. Qué bien me entiende este doctor, lo que dice es tal cual, así me siento, aunque está mal decirlo la doctora siempre me ha dicho que no era nada, que son trastornos de las mujeres de mi edad. Siempre supe que ella no me quería entender. Yo no descanso nunca, ¡ y no tengo más que ganas de morirme¡ cuantas más vueltas doy a la cabeza más cansada y dolorida me encuentro. Por eso llevaba años insistiendo para que me diera un volante para un especialista. El médico me explicó muy bien que esta es una enfermedad multisistémica y discapacitante. Que reviste cierta gravedad por los trastornos inmunológicos, neurológicos y neuromusculares. Y me dió un tratamiento, así como toda la ayuda para tramitar el expediente para el Tribunal Médico. Me recomendó un cambio de hábitos de vida y por supuesto me dijo que esta enfermedad no es compatible con el trabajo que yo realizo. También me facilito la dirección de la Asociación de Fibromialgia y SFC.


Con una sensación extraña que no tenía casi desde el nacimiento de mis hijos, de infinita alegría, a pesar de mi malestar crónico, salí de la consulta contenta. En primer lugar alguien había reparado en mi, en mi malestar físico y psíquico, me habían tratado amablemente y además me han ayudado mucho.


Vanesa ha sentido al final el calor de la atención por su problema.


Historia contada por la protagonista con la adaptación de Estrella Collado





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