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  • Foto del escritorMerche Toraño

Empatizar con la edad

Las arrugas solo son los vestigios de nuestro paso por la vida



Cuando llegamos a una cierta edad, aparte de las visitas a los médicos que son los que realmente vigilan nuestra salud, somos presas codiciadas para los gurús de los hábitos de vida saludable. Desde sus puestos de dirigentes y pastores de la vulnerabilidad ajena, nos aconsejan sobre la mejor forma de sobrellevar la vida de jubilados. Nos ofrecen excursiones, cursos de gimnasia especiales para esos a los que llaman de “la tercera edad”, colchones con no sé cuántas cualidades que nos van a calmar todos los dolores del mundo, operaciones estéticas y artilugios varios que van a convertir nuestra senectud en un mundo de mermelada y fuegos artificiales.


El afán comercial de esta especie de movimiento, aparentemente solidario, se aprovecha de la atracción, más que legítima, de los que al ir cumpliendo años necesitan asociar esas ofertas de bienestar con una especie de elixir de juventud que los ayudará a regenerar una parcela importante de su autoestima y, por añadidura, de sus estados de ánimo. Pero no olvidemos que las emociones están en el cerebro que es el órgano que centraliza la actividad de nuestro sistema nervioso, y es fundamental entrenarlo para mantener en buen estado las neuronas qué, aunque no las veamos, están, son las encargadas de transmitir y recibir información al resto del cuerpo y el motor que mantiene en uso nuestra cognición. Ese entrenamiento nos puede ayudar durante nuestro tránsito terrenal, entre otras cosas, a sentir la obligación de ir preparándonos para asumir la edad, sin forzarnos, simplemente empatizando con el paso de los años, admitiendo de forma natural que el organismo se va a ir desgastando, que nuestro aspecto sufrirá cambios de forma paulatina y que la fuerza de gravedad es poderosa e irá empujando hacía abajo lo que antes manteníamos más arriba. Los que ya tenemos una edad dispusimos de toda nuestra vida, y aún estamos a tiempo, para ir aceptándolo sin traumas, sin obsesionarnos, y acatando con dignidad que el paso del tiempo es inexorable y que las arrugas no son ningún estigma sino maravillosos vestigios de nuestro largo paso por la vida, afortunados testigos y notarios de lo más importante: ¡que seguimos estando!






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