Merche Toraño
Escuchar es más que oír
Qué tal si para este año nos proponemos aprender a escuchar

Escuchar a la gente, a nuestros mayores, a nuestros niños, escuchar al mundo, a los sonidos de la naturaleza, a nuestros propios sentimientos.
Oír es una cualidad inherente a la especie humana, pero procesar lo que oímos con interés, asimilarlo con orden y discriminar, aplicándolo a la idiosincrasia de las circunstancias, significa inteligencia, o lo que es lo mismo, la receta mágica para navegar por el mundo de la cognición con éxito. No todas las personas que dicen que escuchan son inteligentes, pero sí lo son las que realmente escuchan; y carecen de inteligencia las que oyen pero son incapaces de escuchar.

Imagen cedida por M.T.
La virtud de atender con interés lo que se oye no siempre es innata en los adultos, pero se puede aprender, y llegar a conseguirlo es muy importante para no ser tan solo unos humanos que mantienen su equilibrio a dos patas, gracias a lo más o menos enhiesto de su columna vertebral. El proceso de aprendizaje no es fácil y como en todas las grandes enseñanzas se requiere tiempo, especialmente cuando lo no inculcado ha dado paso, ya, al “vicio” o la práctica torpe que se instaura en nuestras neuronas, convirtiéndolas en proyectores de imágenes efímeras e intrascendentes que solo nos permiten pasar por la vida con la fugacidad y ligereza de ese humo gris que, tras su huida hacia la nada, nadie siente interés en recordar. Solo quienes conocen el arte de escuchar son inmunes a esa terrible enfermedad, ya pandemia social, que ataca a las voluntades y se llama manipulación. Y es que la estrategia de la manipulación se da en todos los ámbitos y surge a veces sin programa, de la espontaneidad de nuestros cercanos pero sobre todo, a partir del modelo más dañino, que es el que se elabora estratégicamente desde el poder y que ataca a la consciencia de las masas hasta conseguir que se pierdan valores tan fundamentales para una convivencia e interrelación satisfactoria y cordial, como son: la confianza, la honradez, la dignidad, la generosidad, la templanza, la empatía y la solidaridad, virtudes que juntas llevan implícito el grado, necesario y suficiente, de estabilidad emocional y cognitiva como para rechazar algunos discursos eufemísticos, y casi siempre anacrónicos, que, queriendo "llevar nuestro agua a su molino", esgrimen quienes quieren hacernos entender, como un mundo evolucionado, el delirante modelo de caos colectivo en el que nos movemos.

Imagen cedida por M.T.
Nunca lograremos construir el tipo de sociedad que, seguramente, nos merecemos como seres humanos si solo oímos, pero somos incapaces de "escuchar".