Edad de Niebla
La educación de los hijos

Mi amigo Bernardo M. de la S., abogado y asesor fiscal de éxito, me dijo un día, lleno de orgullo:
-Mi hijo ya gana más dinero que yo
El muchacho, economista, se había colocado en una multinacional y su carrera allí había despegado con fuerza.
-Tu hijo debe de ser un superdotado - respondí a mi amigo. Y su contestación me dejó un tanto sorprendido:
-No lo creas. Mi hijo es una persona normal, más bien tirando a vago. Pero yo he estado encima de él en todo momento, aconsejando, orientando, obligándole a estudiar y a perseverar. Su éxito es sobre todo mi éxito.
Y aquella conversación me hizo reflexionar durante largo tiempo.
No cabe duda de que la ambición de casi todos los padres consiste en que sus hijos lleguen en la vida más allá de lo que lograron ellos mismos. Y muchas veces que alcancen las metas que ellos no pudieron conseguir. Pero, ¿hasta qué punto es lícito obligar a los hijos a seguir un camino marcado por los padres? La historia de la humanidad está llena de vocaciones frustradas y de vidas desgraciadas a causa de las injerencias paternas en la elección de las carreras de sus hijos.
Hay un texto delicioso de Santiago Rusiñol, pintor y escritor catalán a caballo entre los siglos XIX y XX, L’auca del senyor Esteve, las aleluyas del señor Esteve, donde se retrata la burguesía de la época y el enfrentamiento de un joven con sus padres y con la sociedad porque no está dispuesto a que le obliguen a seguir la tradición del negocio familiar: ¡él quiere ser artista! Y se enfrentará a todo el mundo para conseguirlo.
¿Hasta qué punto admitimos que nuestros hijos sean artistas (peligroso concepto de amplio espectro) en lugar de abogados o ingenieros? ¿Con alegría?, ¿con resignación?, ¿con pánico? Hace mucho tiempo, cuando yo era niño -un niño estudioso y obediente, por cierto- había un amigo de la familia que siempre me decía: " ¡Tienes que ser inspector de Hacienda, caballerito! ¡Cuarenta mil duros, cincuenta mil duros al año y dietas aparte!". Yo le conocía como el señor Cuarenta Mil Duros y durante muchos años pensé que ser Inspector de Hacienda era lo más alto a que se podía aspirar en España.
Creo que aconsejar a los hijos no sólo es conveniente, sino indispensable. Pero la decisión final sobre el rumbo de su vida debe ser de ellos. ¿O no? ¿Dónde hay que poner el fiel de la balanza? ¿En qué medida un jovencito sabe lo que le conviene? ¿En qué medida sabes tú lo que le conviene a tu hijo? Hoy se acude con creciente frecuencia al consejo de orientadores y psicólogos. Tal vez consultar con ellos sea lo más correcto. O tal vez sea esta la forma más cómoda de descargar en otros nuestras propias responsabilidades: las tuyas y las de tus hijos.
Mi amigo Bernardo decía: -Su éxito es mi éxito. Pero si la cosa hubiera salido mal, ¿mi amigo hubiera dicho: -Su fracaso es mi fracaso? Ya no estoy tan seguro, porque siempre es más fácil adjudicarse triunfos que admitir derrotas.
Palabras mayores de Miguel Garrido
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