Merche Toraño
La maldad existe y el perdón no la elimina

En estos últimos días y como consecuencia del horrible asesinato, noticia mundial y protagonista de muchos programas de televisión en España, he escuchado y leído bastantes alegatos acerca del perdón, incluso métodos y consejos para enseñarnos a perdonar un daño que nos han hecho. Afirmaciones como: que hay que aprender a no guardar rencor y que a la labor de perdonar hay que añadirle el trabajo de olvidar y el esfuerzo de ver con benevolencia a quien nos agravió.
Aseveran algunos, llamados expertos, generalidades “de libro de autoayuda" como que al perdonar dejamos de pensar en nosotros mismos, que dejamos de dividir la sociedad en buenos y malos y que conectamos con estados psicológicos positivos. ¿Acaso estos expertos pretenden hacernos creer que vivimos el el país de las maravillas? En todas las sociedades hay gente buena y gente mala y en lo que deberían instruirnos es en cómo detectar, y de qué forma no ser víctima, de las maldades de estos últimos. Y es que expresar una teoría basándose en generalidades o en situaciones sin especificar casos concretos acostumbra a ser peligroso porque, como en todo, en esto del agravio también existen grados, y no es lo mismo regalarle un perdón a una infidelidad, una mentira o una pequeña zancadilla que a un maltratador que deje a sus hijos huérfanos de madre. No se puede hablar del perdón en general porque hay muchas y muy diferentes causas de daños, algunos que sí se pueden llegar a excusar con un poco de buena voluntad, y que hasta nos hagan ver el daño de forma positiva al entender que aquella circunstancia que en su momento encontramos inadmisible ha servido para que conozcamos el verdadero yo de alguien en quien confiabamos o incluso darnos cuenta de que la gravedad que creimos percibir en un momento vulnerable de nuestra vida nos parezca, con el tiempo, una tontería digna de una mente poco madura, pero hay agravios que significan una tragedia en la existencia de otras personas o núcleos familiares. No perdonar, dicen también, "significa que mantenemos la herida abierta y que nos quedamos anclados en esa mala experiencia" que alguien nos ha propiciado. Señores expertos, la herida para una familia a quien la maldad le arrebató, por ejemplo, a un ser querido estárá siempre abierta, perdone o no perdone. Pueden existir métodos que hagan la vida más llevadera, pero no creo que sea precisamente uno de ellos perdonar al agresor. Que el perdonar, continuan diciendo, "conlleva la disminución del resentimiento que uno siente", "que nos permite avanzar más allá del dolor y seguir la vida de otra forma, más fortalecidos". Esto está bien como discurso de predicador, pero yo digo ¿Qué! ¿Cómooo! Reconozco que puede ser todo lo cristiano que se pretenda eso de perdonar ¿pero siempre? ¿Cómo se puede llegar a tener una pizca de empatía con alguien que pretendió hundirnos la existencia con una calumnia? ¿Cómo se puede perdonar a un violador que ha destrozado la vida de una hija o a un asesino que se ha llevado por delante a un ser querido? Ni caben en mi capacidad de tolerancia semejantes consejos de liberación emocional ni creo tan beneficioso para el espíritu de los perjudicados el hecho de perdonar a un asesino, terrorista o violador. El perdón en estos casos me parece incluso contraproducente porque... qué puede pasar por la cabeza de uno de estos malhechores si se le dice que las personas a quienes dañó le perdonan ¿que se le está incentivando para que siga cometiendo acciones deplorables, terribles y trágicas? Lo siento, no estoy de acuerdo con estos discursos de la bondad del alma para con quien nos agravia gravemente. Tampoco creo que todos los humanos se sientan bien perdonando ni que haya casos de individuos que merezcan perdón. En una ocasión pude tener una conversación con unas personas tremendamente perjudicadas y me comentaron que lo que relamente les hacía seguir la vida de la mejor manera era ignorar al sinverguenza, no recordarlo nunca en su día a día para poder continuar sin odio, pero ni perdonar ni olvidar su fechoría les iba a proporcionar paz jamás sino todo lo contrario. ¿Cómo puede una familia tener que resignarse a ver a un ser querido en una foto para siempre y al mismo tiempo perdonar a quien se lo arrebató? ¿Cómo puede tener un sentimiento de perdón hacia su agresor una persona que no puede continuar su vida sin ayuda de terapeutas? ¿Cómo se puede perdonar a líderes que por una egolatra voluntad, insensible a la vida de las personas, ordenan eliminar a cientos y miles de inocentes en guerras absurdas? ¿Cómo se puede perdonar un acto de terrorismo en el que se asesina a seres humanos ajenos a los intereses espurios de quienes lo perpetran?
Puede parecer duro pero, desde mi razonamiento, entendería más tranquilizador y conforme con la propia conciencia no perdonar que perdonar a alguien malvado. Olvidar un acontecimiento trágico en la vida de uno no creo que sea posible pero, tal vez, intentar ignorar que el agraviador está en el mundo y continuar la vida sin ocuparse de la de él puede ser beneficioso para llevar el día a día sin obsesiones que coarten nuestra tranquilidad, pero perdonar, nunca. Hay cosas con las que deberíamos ser implacables, y el no cuestionarnos, ni tan siquiera, la concesión de un perdón también es un sentimiento muy humano que lejos de hacer que nos sintamos mal, nos puede ayudar a tener presente que la maldad existe.
Esta es mi reflexión como persona que siente y padece como ciudadana de a pie que detesta la maldad y sueña con una sociedad futura en la que la ambición desmedida, el odio y la envidia se conviertan en solidaridad, empatía y bondad. Algo casi imposible, teniendo en cuenta la escasa evolución del cerebro humano desde la prehistoria, pero tal vez la ciencia, que si avanza y mucho, pueda hacer algo para lograrlo ¿A que sería bonito, aunque no lleguemos a verlo?
Imagen de - edad de niebla -