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  • Foto del escritorEstrella Collado

Leyenda cubana del "aura blanca"



Amelia Gutiérrez, fue una asturiana emigrante, que vivió desde muy jovencita en la Habana. Muy cerca de su primer domicilio se ubicaba una capilla donde algún día hubo un hospital de leprosos. Y sobre ella sobrevolaba un ave carroñera que allá llaman “aura”. Según le decían los más viejos lugareños era el único ejemplar de esta especie de color blanco y la leyenda estaba muy extendida entre los cubanos.


Cuando los franciscanos fueron a "evangelizar" la Isla caribeña, iba entre ellos uno conocido como Padre Valencia, quien por su bondad, virtud y amor al prójimo se ganó el cariño de la gente que aún lo recuerdan. Cuentan que la mayor preocupación del franciscano era la de aliviar a los leprosos que habitaban en la isla, a quienes daba consuelo, cariño y las limosnas que podía conseguir. Más, su gran reto era construirles un lazareto para que estuviesen bien atendidos bajo un techo digno. Para esta empresa comenzó, el Padre, a recaudar donativos pero eran tan exiguos que pensó que nunca llegaría a lograr su objetivo. Así que el buen hombre pidió permiso al prior para comenzar un peregrinaje por todo el territorio solicitando ayudas.


Dejando a un fraile, amigo suyo, al cuidado de sus enfermos, se marchó al día siguiente con los primeros rayos del sol, no sin antes despedirse de los leprosos, a quienes comunicó que se ausentaría un tiempo para conseguir dinero y construirles el lazareto. Los enfermos guardaron silencio y uno comenzó a llorar. El padre Valencia les preguntó porque no se alegraban en vez de estar tan tristes. Ellos le respondieron que iban a quedarse por mucho tiempo sin su consuelo que tanto bien les hacía. El franciscano les respondió que estaban muy equivocados, que en lo material sería sustituido pero que siempre estarían sus pensamientos con ellos y que a su regreso se quedaría para siempre .


Tras dos años ausente llegó el padre de nuevo junto a sus enfermos y con mucho dinero recaudado. Pronto edificó la casa de acogida para ellos. Y tal como había prometido se fue a vivir allí para cuidarlos más de cerca. Con el paso de los años el fraile comenzó a desfallecer. Y sintiéndose cerca de la muerte anunció a sus leprosos que se iba a morir, pero que no debían estar tristes pues desde el cielo seguiría velando por ellos. Justo al día siguiente falleció.


Durante un tiempo se mantuvo el lazareto, pero con el transcurso de los años todo fue un desastre el huerto con el que se alimentaban no producía, y el hambre y la desolación comenzaron a invadirlo todo…hasta el punto que los leprosos planearon fugarse. En ese momento sobre el huerto comenzaron a sobrevolar auras haciendo numerosos giros alrededor del lazareto. Uno de los leprosos proponía hasta comerlas a pesar de que eran consideradas repugnantes, pero en ese instante las auras comenzaron a huir estrepitosamente ante la aparición de una totalmente blanca. Los leprosos se quedaron impactados, pues jamás había visto nadie un ave de esta especie que fuera de color blanco. E insistió uno de ellos: “si cayese aquí me la comería”. Los demás comentaban que era un despropósito su comentario. El ave comenzó a bajar y se acercó al huerto y se posó ante los pies de quien quería comérsela, y se agachó raudo para cogerla. Aunque el aura no se defendía, le fue imposible agarrarla, pues el resto de sus compañeros la espantaban. Tras una discusión tremenda, uno de los leprosos planteó lo siguiente: si nos la comemos quitaremos el hambre por dos días, y estaremos igual. Sin embargo al ser tan peculiar y rara, si la cogemos y la metemos en una jaula la llevamos a los frailes y ellos pueden exhibirla y cobrar algunas monedas. A los frailes les pareció muy sensato y así lo hicieron. Y fue tal la cantidad de monedas obtenidas que tras unos meses el lazareto comenzó a generar una fortuna y a vivir como antes.


El aura fue cuidada y mimada, pero nunca la dejaban salir de la jaula por si se marchaba. E incluso hacían guardia por las noches. Por tanto la extrañeza fue grande cuando una mañana se encontraron que el pájaro se había esfumado pues la jaula estaba cerrada y la puerta de la habitación donde se custodiaba, también.


Comenzó a extenderse el rumor: no cabía duda era un milagro del Padre Valencia, que ni aún después de muerto se olvidó de sus leprosos.



Imágenes de - edad de niebla -

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