Edad de Niebla
Los ideales y los intereses.

En términos generales, se suele decir que las izquierdas se mueven por ideales y las derechas por intereses. De un lado, libertad e igualdad entre hombres y mujeres, entre clases sociales y entre naciones. Y del otro, seguridad ciudadana, orden y defensa de la propiedad privada. O en términos académicos e históricos: asambleas a mano alzada y clubes jacobinos versus discretos lobbies de presión ante gobiernos e instituciones internacionales. Se dice igualmente que los jóvenes suelen ser idealistas y generosos, pero que a medida que pasan los años se van haciendo conservadores y tacaños. Y en todos los casos, cualesquiera que sean nuestras ideas e intereses, los humanos solemos actuar de acuerda a nuestras conveniencias por encima de nuestras convicciones.
Sobre este tema de ideas e intereses, recuerdo una pequeña anécdota personal que a mí me parece curiosa y hasta esclarecedora sobre éticas y conductas. Y con vuestro permiso os la voy a contar. Hace muchos años (a principios de los años 80 del pasado siglo), cuando yo viajaba a Bruselas por motivos profesionales, solía comer en un céntrico restaurante español llamado La Puerta del Sol. Su dueño era un viejo republicano madrileño con largo exilio político en Bélgica, con quien yo solía hablar para darle noticias de España y cambiar opiniones.
-Durante el franquismo –me decía aquel viejo republicano- venían aquí muchos refugiados y viajeros españoles para comer y sobre todo para hablar mal de Franco. Y ahora con esa pintoresca democracia que acaban ustedes de inaugurar vienen muchos nostálgicos de Franco para comer y sobre todo para hablar mal del nuevo régimen.
-¿Y cuál es su postura en este asunto? -inquiría yo. Y él, desengañado sin duda por tantos años de ausencia y frustración, se encogía de hombros:
-Mientras mis clientes consuman y paguen, que hablen mal de quien quieran -y se acercaba más a mí, en plan confidencial:- Usted, ¿de quién quiere hablar mal? Dígamelo con confianza, que yo estaré de acuerdo con usted.
Hoy día, cuarenta años después, cuando paso por nuestra Puerta del Sol me viene a veces esta anécdota a la memoria. Y me pregunto: ¿Seguirá existiendo aquella otra Puerta? Es muy probable que el restaurante ya no exista. Y con toda seguridad, su dueño -y su acomodaticio sentido de la ética para dar la razón a todo el mundo – habrá desaparecido igualmente. Porque todos los hombres mueren -morimos-, pero sus ideales suelen morirse antes.
Colaboración de Miguel Garrido
lmagen cedida a - edad de niebla - por A.F Collado