Merche Toraño
Masculinidad y violencia de género
En gran parte de origen educacional

Ilustración: @evarami.studio
En 1999 ,la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el día 25 de Noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia de Género. Pero ¿sirve para algo declarar días internacionales si después no se toman medidas que logren la erradicación de lo que se reivindica? ¿O solo queda en conmemoraciones con mayor o menor intención de concienciar? ¿A quién?, me pregunto.
Aunque la violencia no es solo patrimonio masculino, es tal vez a este género a quien tradicionalmente se le ha educado en la fuerza y la dominación, por lo que este impulso innato tiene una gran parte de origen educacional. La identidad masculina hegemónica se define en dos procesos psicológicos al mismo tiempo: el hiperdesarrollo del yo y la represión de la esfera emocional (Corsi,1995). Masculinidad no necesariamente es igual a violencia, pero existe una relación de afirmación entre estos dos términos. La mayor parte de la autoría de hechos violentos está protagonizada por hombres, y constatado que la violencia de género tiene direccionalidad. Lo auténticamente desgraciado es que en la actualidad las actitudes violentas y las reminiscencias de una sociedad patriarcal, reforzadas con ejemplos en películas, lecturas o juegos virtuales, siguen vivas en la juventud actual, siendo elementos ejemplarizantes de la masculinidad.
Las investigaciones no aportan datos concluyentes que determinen con rotundidad un perfil de hombre maltratador pero sí existe acuerdo en que los maltratadores ofrecen sesgos cognitivos relacionados con ideas erróneas sobre la legitimación de la violencia como forma de resolver problemas o sobre roles sexuales. Existen datos que afirman que más de un 50%, solo son violentos en el ámbito familiar, que se han formado en una cultura de desigualdad sobre lo que significa ser hombre o mujer o en ambientes familiares sobreprotegidos y permisivos. Como contrapunto a eso, hace tiempo que en casi todo el mundo los colectivos de hombres considerados pro-feministas han tomado conciencia de que el fenómeno está presente y han empezado a reflexionar sobre el estereotipo de masculinidad y las consecuencias que este modelo tradicional conlleva tanto para las mujeres como para ellos mismos. Esto los ha hecho unirse para luchar contra la problemática de la violencia de género y demostrar que no todos los hombres actúan de la misma manera. Y por supuesto que es así. Pero también ocurre ,por desgracia, que el oportunismo y la falta de escrúpulos están presentes en un fenómeno social que supone tanta gravedad como es la violencia, y la mujer, encasillada históricamente como ser débil, es una presa fácil para los desalmados, pudiéndose observar, a poco que nos fijemos en los detalles, a individuos que arrimándose al carro del oportunismo sin moral, proclaman a bombo y platillo, sobre todo si están en algún puesto de cierto poder, su adhesión a la causa feminista -por aquello de una imagen para la opinión pública- y que en la cercanía de quienes les rodean se les conoce una cara o faceta despótica con los más débiles o subordinados ,sobre todo si son mujeres. Pero estos, como todos los machistas de fondo, al margen de los agentes de socialización (de esto hablaré otro día) que los han podido convertir en los seres cobardes y despreciables que son, no sienten el más mínimo interés por desarrollar su capacidad empática ya que necesitan la subordinación de los otros para humillar, una actitud que, por lo general, pretende ocultar sus propias frustraciones y sus complejos pero que es la única fórmula que conocen para satisfacer su desesperación por sentirse alguien.
Y contra eso no hay concienciación que valga.