Merche Toraño
Obsolescencia programada vs ética
La doble moral de los gobiernos y las grandes empresas

Imagen: edad de niebla
Después de reflexionar sobre el concepto de obsolescencia programada y de cómo se generó allá por los años veinte, me viene, una vez más, a la cabeza la doble moral existente en el reino "animal racional". Por un lado, los gobiernos y las grandes empresas, entre las que se encuentran las multinacionales, proclaman a los cuatro vientos la defensa y protección de una sociedad ecológicamente equilibrada mientras que, sin ningún pudor, se permiten cosas tan graves, entre otras, como incumplir el protocolo de Kioto o la perseverante continuidad en el tiempo de la obsolescencia programada. El avance de la tecnología es un hecho que propicia nuevas formas de innovación y supone una gran facilidad en la fabricación de productos de uso y consumo. Los grandes empresarios, no dispuestos a renunciar a unas mayores ganancias, programan el final de sus fabricaciones de forma qué en un tiempo de correcto funcionamiento, queden obsoletas o inutilizadas y el usuario no tenga más solución que renovarlas. Supondría una situación ideal que las propuestas tecnológicas e industriales fueran compatibles con el mantenimiento ecológico pero, por el momento, los efectos negativos que conlleva el constante flujo de productos desechados son la contaminación y consecuente degradación del medio ambiente. Resulta difícil renunciar a continuar con el crecimiento consumista si tenemos en cuenta que, en su momento, algo tan inocente como la magnífica idea de alargar en el tiempo la duración de la bombilla fue vapuleada y amordazada por quienes tenían poder para hacerlo; circunstancia que se ha vuelto a producir hace algunos años cuando el empresario barcelonés, Benito Muros, quiso actualizar aquella antigua propuesta con una nueva lámpara de su invención. Solo encontró trabas, incluso amenazas.
Hay quienes defienden la obsolescencia programada, argumentando lo nefasta que su desaparición significaría a efectos de empleo, pero... de empleo ¿dónde?. La mayor parte de estos productos son de fabricación asiática por lo que el trabajador, por lo menos en Europa, no creo que pudiera ser por ello más castigado de lo que ya está.
La pregunta es: ¿Cómo se podría romper este círculo vicioso y asentar una industria más ética?