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  • Foto del escritorEstrella Collado

Renacer tras dos pandemias que han marcado la historia




Cuando estudiábamos en historia las terribles epidemias de peste, y las trágicas consecuencias que acarrearon, en diferentes etapas de la Edad Media en Europa, o en tiempos más recientes el cólera en el siglo XlX y la mal llamada “gripe española” de principios del siglo XX, jamás imaginamos que podríamos volver a vivir una pandemia en nuestros tiempos. Pero, paradojas del destino, acabamos de salir de una que colapsó nuestro mundo tan moderno.


El causante fue un virus de la familia conocida como coronavirus que se transmiten a los animales, aunque algunos tienen la capacidad de transferirse de estos a las personas. Y este fue el caso, su origen parece estar en una especie de murciélago que fue el responsable de tal infortunio. El foco de los contagios se produjo en Wuhan, China, y se dio a conocer como COVlD -19. Nos ha traído de cabeza y nos ha recordado lo vulnerables que somos los seres humanos, lo mismo en el siglo XlV que en el siglo XXl. Afortunadamente los estudios y la investigación avanzaron raudamente y fue hallada una vacuna. Se consiguió controlar la pandemia en relativamente poco tiempo, aunque con elevados índices de mortalidad, y severas consecuencias sanitaras y socio-económicas que afectaron gravemente el orden mundial.


Epidemias y pandemias ha habido muchas a lo largo de la historia de la humanidad, y todas tienen muchas cosas en común, sobre todo las altas tasas de mortalidad, el temor que se apodera de las poblaciones, la huida de las ciudades al campo, las supersticiones, las teorías conspiranoicas y los caóticos resultados socio económicos para los países. Una de las más terribles epidemias fue a mediados del siglo XlV -considerada el segundo brote ya que el primero se dio en el Imperio Romano de Oriente- se originó en la península de Crimea, en la comercial ciudad de la entonces llamada Caffa, que hoy conocemos como Feodosia. El origen fue el asedio que sufrió en 1346 por parte del ejército mongol. Se ha especulado mucho con posibles causas de como y quien portó la bacteria que extendió la peste negra por todo el viejo continente, que además vivía ya una etapa convulsa de guerras y hambrunas. Se cuenta que los mongoles lanzaban mediante catapultas los cadáveres de sus muertos infectados para transmitir la enfermedad a los sitiados. No obstante, parece más aceptable la versión de que la bacteria que provocó la peste la portaban las pulgas de las ratas.


Los genoveses que comerciaban en la zona del mar Negro, se marcharon despavoridos al enterarse de los contagios masivos y la mortandad tan elevada que estaba causando la peste, pero ya eran portadores de los bacilos y los propagaron velozmente por ltalia. Así la peste entró con ellos y asoló Europa. La propagación se concentraba en aquellos lugares más transitados: por vías marítimas, fluviales o por caminos de peregrinación.


Durante tres largos años recorrió el continente causando el pánico entre los desesperados habitantes. Para la plaga más mortífera, que desde entonces conoció la especie humana, no se encontraba explicación ni nadie sabía nada de ella. No es de extrañar que despertara múltiples supersticiones y que se creyera que era un castigo divino, e incluso el fin del mundo. A pesar de haber transcurrido muchos siglos y haber avanzado las sociedades, la ciencia y la tecnología, en esta pandemia de la COVlD del siglo XXl pudimos escuchar mensajes muy similares.


En fin, cualquier creencia o intento de curación era aceptable entre tanta desolación. Sus consecuencias fueron un caos tanto por los efectos en la salud, los altos índices de mortalidad, -se sabe que la peste negra provocó la muerte de más de un 65 por ciento de la población europea-, así como por el caos demográfico y la desorganización social que causó una auténtica catástrofe socio-económica. Los eruditos de la época tenían la creencia de que la peste se transmitía tan raudamente porque el aire se había hecho demasiado rígido. Y para romperlo y con el fin de conseguir una sanación masiva, hiceron sonar las campanas de las iglesias a la misma hora, a la vez que pedían que la gente se concentrara y con las palmas hiciesen el mayor ruido posible. El personal médico entonces ideó unos trajes y unas máscaras para no ser infectados, una especie de picos largos, que nos recuerdan los de algunas de aves, los mantenían distantes de la respiración de los enfermos infectados.


Curiosamente no hay tanta diferencia los sanitarios actuales se protegieron con los EPlS -equipo de protección individual- y aunque por otros motivos, durante nuestro encierro salíamos a los balcones con música, cacerolas o aplausos, y también hubo toques de campanas en las iglesias.


Dentro de esa indignación, la histeria y la maldad colectiva, también buscaban culpables. Y en Europa pagaron un vez más los judíos, a ellos los apuntaron con el dedo y acusaron de haber envenenado los pozos para acabar con los cristanos, y muchos inocentes fueron quemados en hogueras. El miedo mezclado con el odio acusó también a otros culpables como leprosos, extranjeros, y sobre todo mujeres brujas. Seguimos encontrando ciertas similitudes a pesar de la enorme distancia en el tiempo y de los avances de una sociedad moderna como la nuestra: Surgieron negacionistas, agoreros, las teorías conspiranoicas que corrían por medios de comunicación y redes sociales, buscando culpables, -en esta ocasión no eran judíos sino los chinos- y llamaban asesinos a políticos y responsables de la sanidad pública. Afortunadamente “no se ejecutó a nadie”.


Si hay que ver algo “bueno” de estas terroríficas etapas, será que a consecuencia de la peste negra se abre el camino a la medicina moderna. Por otro lado con la cantidad de muertos provocados por la pandemia había más trabajo en las ciudades. Y al abandonar el campo para ir a las urbes en busca de trabajo, los campesinos pudieron beneficiarse de las tierras que quedaron abandonadas.


En definitiva, con las pandemias siempre se producen cambios profundos, especialmente en la percepción sobre la vida y muerte, que llevan a hondas reflexiones, en el caso de la peste negra transformaron radicalmente al hombre medieval. Se producen cambios esenciales en la mentalidad, lo que conlleva movimientos como la primera revolución industrial e importantes inventos. Pero con la neutralidad de la muerte el ser humano va a tomar conciencia de si mismo: como persona y no como cristiano. Aparece una dimensión individual de la existencia a través de la muerte. Con ello ese sentido vitalista dará lugar al Renacimento. En cuanto a la COVlD-19, lo “positivo” tras el azote, fue la reducción de la contaminación, concienciación medio ambiental, auge de la creatividad, movimientos solidarios, disminución de la criminalidad en algunos países, valoración de la libertad, auge del turismo y vida en contacto con la naturaleza…., y por supuesto avances científicos y médicos muy importantes. Por otro lado, las intervenciones enérgicas de los estados aceleraron decisiones estratégicas en la economía mundial, y con este protagonismo del intervencionismo estatal surge la demanda de un nuevo orden mundial donde el papel del Estado va a ser fundamental en la dinámica del capitalismo universal, sobre todo en el primer mundo. Y nuevos retos globales basados en la cooperación internacional. Aunque aún no somos lo suficientemente conscientes de que estamos inmersos en un proceso de cambios trascendentales para la humanidad -con recientes guerras de por medio incluidas- que ojalá sean para mejorar la vida de todos los seres humanos y en particular de los más desfavorecidos, en un futuro no muy lejano.


Imagen de - edad de niebla -




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