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  • Foto del escritorEstrella Collado

El tiovivo



De pequeños, y de no tan pequeños, todos alguna vez hemos subido en ferias o en los parques de atracciones a un tiovivo o carrusel con las figuras de sus caballitos o corceles que están colocados sobre una plataforma giratoria. A mi me encantan. Sobre todos los que tienen ese aspecto antiguo con aire romántico, como el más antiguo del mundo que data de 1780 mandado construir por el príncipe alemán Guillermo IX, instalado sobre una colina en el parque que lleva su nombre en Hanau localidad a las afueras de Fráncfort.


Bien la historia de su nombre es muy poco conocida, generalmente es en la capital de España donde fue conocido como “tiovivo”, ya que en otros lugares se conoce como “Caballitos” o “Carrusel”. Sofía Tartilán nos hace llegar el origen del término utilizado en Madrid en su libo “Costumbres populares. Cuadros de Color” publicado en 1880.


Resulta que en Madrid el 17 de julio de 1834 fue un día de luto y desolación, la muerte por cólera se llevó a cientos de personas la noche anterior. Una de las víctimas de la terrible epidemia fue Esteban Fernández. Personaje muy conocido y querido, conocido cariñosamente como tío Esteban, que se ganaba la vida con un “aparato giratorio con caballitos” en la zona conocida como paseo de las Delicias, situado detrás del llamado entonces Hospital General.


Fue tremendamente sentido, mas la familia por razones sanitarias pensó en sacar al bueno de Esteban, mejor dicho su cadáver, lo antes posible de su humilde casa para evitar posibles contagios. Como eran muy humildes y no tenían dinero para un ataúd, debido a su altísimo precio por ser un autentico objeto de lujo al que no tenían acceso los pobres, cuatro amigos se encargaron de portarlo en unas andas y así sin más comitiva fúnebre se encaminaban hacia el cementerio silenciosos y taciturnos en compañía de otros pocos amigos que acudían a darle el último adiós. Al llegar a la altura donde se ubicaba el circo, el supuesto difunto se incorporó bruscamente dentro de las andas y lanzando lejos el paño negro que cubría su cuerpo, comenzó a gritar:


-¡Estoy vivo, estoy vivo!


Tal fue el impacto y el susto que los porteadores de las andas que las arrojaron de súbito al suelo, comenzado a correr como almas que lleva el diablo.


Se rompió las piernas y parece que la convalecencia fue larga, a partir de ese día el tío Esteban desapareció, dando paso al “tío vivo”. Cuando la epidemia fue remitiendo y la gente volvió a pensar en diversiones, entre ellas reapareció el aparato de caballitos y las barquitas del tío Esteban cuya presencia comenzaron a celebrar y a saludarlo con su nuevo nombre: “Tío Vivo” y así se hizo famoso y popular. Conocido por todos los rincones de la corte, todos lo querían conocer. Lo buscaban y lo admiraban como si fuera un ser sobrenatural, y cuentan las crónicas que entre la nobleza madrileña a cuyos salones era invitado, hubo hasta quien le pidió noticias del otro mundo.


Al principio todo esto comenzó a disgustar al bueno de Esteban, pero al fin se fue acostumbrando tanto más cuando descubrió que le era muy lucrativo. Entonces incluso él se olvidó de su verdadero nombre, y se complacía en escuchar como le llamaban “Tío Vivo”, legando este apodo a sus hijos y descendientes.


Desde entonces el aparato giratorio de diversión que se conocía en el Madrid del siglo XIX como “caballitos” pasó a denominarse “Tío Vivo” y se extendió por todo el país.


Imagen de - edad de niebla -


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