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  • Foto del escritorEdad de Niebla

Caprichos del azar.



En septiembre de 1926 una joven madrileña, secretaria de dirección en la compañía del Matropolitano Alfonso XIII (hoy Metro de Madrid) se acercó a una gran librería de la capital, acompañada por su mamá (porque en aquella época las jóvenes recatadas no solían pasear solas por la calle) para adquirir una novela que le habían recomendado. Concretamente, Nada menos que todo un hombre, de Miguel de Unamuno.


-Está agotada -le dijo el dependiente-.Y no la busque porque no la hay en todo Madrid. Ni siquiera en las librerías de viejo.


Un joven que estaba cerca de las señoras y había oído casualmente la conversación, se acercó a ellas y, sombrero en mano, dijo que él tenía aquel libro y que si no les importaba, se lo dejaba con mucho gusto.

La joven lectora accedió, el hombre se presentó, con su nombre y su trabajo de oficinista en la central de los Caminos de Hierro del Norte de España (hoy englobada en Renfe y Adif). Los jóvenes concertaron una cita (con la mamá de ella también presente), se vieron, hubo préstamo del libro, carta de agradecimiento, nueva cita, devolución y algún encuentro más con nuevos libros. Pocos meses después los jóvenes eran novios. Con menos tiempo del habitual en los noviazgos de entonces, la pareja se casó el uno de diciembre de 1928. Y once meses exactos después nació su primer hijo.


Este hecho, tan trivial en sí mismo, nos hace reflexionar sobre el papel fundamental que el azar juega continuamente en nuestras vidas. En este caso, unas cuantas casualidades sucesivas y enlazadas entre sí condicionaron para siempre el rumbo de la vida de nuestros jóvenes y el de sus descendientes. Hubiera bastado con que a la chica no le hubieran recomendado el libro citado, o que no estuviera agotado o simplemente que el joven servicial se hallase en aquel momento en otro rincón de la librería para que todo lo que ocurrió después se hubiera deshecho en el aire antes de existir.


(Os contaré en secreto que aquella pareja de jóvenes lectores fueron mis padres y que yo estoy vivo gracias al milagro de aquel montón de casualidades. Y, por supuesto, a otros muchos caprichos del azar a lo largo de mis muchos año como huésped del planeta. De donde se demuestra que nuestra vida es una especie de milagro continuado. Y que buscarle un sentido trascendental carece precisamente de sentido).


Colaboración: Miguel Garrido



lmagen cedida a - edad de niebla - por M. Garrido

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