Edad de Niebla
La explosión femenina

Hace muchos años acudí al hospital público de la Paz en Madrid para una consulta de especialista y me atendió una médica de mediana edad y talante serio y un tanto avinagrado.
-Buenos días, doctora - dije, acercándome a su mesa.
La médica se envaró y contestó secamente:
-Yo no soy doctora -y ante mi sorpresa añadió:- Yo soy doctor.
Después de mi desconcierto inicial la consulta fue por cauces normales y la señora doctor se portó conmigo como un buen profesional.
Durante muchos días estuve dándole vueltas a aquella inesperada salida de tono de la doctora/doctor y llegué a la siguiente conclusión: las mujeres de aquella época estaban tratando de abrirse camino en un mundo hasta entonces exclusivo de hombres. Y para ello tenían que demostrar continuamente que valían, por lo menos, tanto como ellos y por tanto habían de ser tratadas con el mismo respeto y la misma atención que a sus compañeros varones.
Otro ejemplo: Conocí a Carmen M, economista, en el extinto Instituto Nacional de Industria (INI), en los años 80 del pasado siglo. Mantuvimos una amistosa relación profesional referida a mi empresa y a la supervisión que el INI ejercía sobre sus filiales, nuestra empresa entre ellas. En sus visitas y reuniones conmigo y con mi grupo económico y financiero comentábamos noticias, datos y proyectos y nos daba su opinión y consejo, siempre muy valiosos. Carmen era una persona cordial, con amplios conocimientos y juicio agudo. Y me llamó la atención lo que, haciendo alarde de humildad, nos dijo una vez:
-Me gusta venir a veros porque aprendo mucho con vosotros.
En aquellos primeros años de nuestra democracia todo un plantel de mujeres jóvenes, animosas, bien preparadas y con deseos de aprender -como Carmen- se lanzó a la arena de la política y de la administración. Economistas, abogadas, ingenieras, militantes en un principio del partido socialista -a las que pronto se unirían las de otros partidos- reclamaron su puesto dirigente en una sociedad que hasta entonces había sido muy mayoritariamente masculina. Con mucho esfuerzo y perseverancia fueron arrancando cuotas de poder en nuestro arcaico modelo de estado.
Y más adelante, llegó la invasión general de las mujeres, que llenaron colegios y universidades, en mayor proporción incluso que los hombres. A los menesteres y oficios tradicionales de criadas, mujeres de la limpieza, modistas y peluqueras, y en un plano superior enfermeras y maestras, se unieron en seguida las titulares de todas las carreras y estudios posibles. Hoy día, y en mi caso concreto por ejemplo, cuidan de mí más médicas que médicos y me aconsejan más asesoras de inversiones en los bancos que asesores.
Es evidente que se ha avanzado mucho en el camino de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. Pero también es evidente que aún hay mucho trecho a recorrer, dada la profunda brecha que existía entre nuestros géneros. Y el auge de religiones y partidos retrógrados que niegan derechos civiles a las mujeres no es una buena señal para los tiempos venideros.
Nosotros, los varones, aunque no lo queramos reconocer en voz alta, somos más o menos machistas en el fondo de nuestras conciencias. Supongo que en eso influye la herencia genética de innumerables generaciones de predominio masculino. Y solamente la educación, la incidencia del entorno social y sobre todo la profunda reflexión personal y la autocrítica sincera nos están convenciendo sobre el hecho real de una auténtica igualdad intelectual y moral entre hombres y mujeres, más allá de nuestras evidentes y necesarias (para la conservación de la especie) diferencias físicas.
Hace mucho tiempo que perdí el contacto directo con Carmen M., quien llegó a ocupar importantes cargos en la administración del Estado. Pero si volviera a encontrarme con ella le diría:
-Ahora soy yo quien te da las gracias. Porque en estos años he aprendido muchas cosas con las mujeres.
Historia contada por Miguel Garrido
Imagen de - edad de niebla -
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