Hospital de La Blanca, en la Ruta Jacobea -Nueva de Llanes-
En la mentalidad bíblica, la lepra no solamente era una enfermedad sino que era la consecuencia de un pecado interior. El leproso no era un enfermo sino un pecador y su pecado se manifestaba exteriormente a través de la enfermedad “maldita”. Por esta razón debía salir de la convivencia familiar y de la sociedad. Siendo condenado a vivir aislado, en las afueras de ciudades o pueblos, totalmente marginado.
El nombre lepra procede de la palabra griega lepein, que significa «pelar», el síntoma más grave de la enfermedad, ya que en ocasiones la piel literalmente se caía a tiras. Su origen es complejo, aunque se cree que pudo aparecer en África, extendiéndose hacia India, China y Europa. Las investigaciones paleontológicas demuestran que esta enfermedad ya existía en el continente europeo en el s. III d. de C.
Eran tratados con crueldad de un modo inhumano, difícil de imaginar en nuestra sociedad actual. En la Edad Media, el diagnóstico corría a cargo de médicos y curas. Para saber si una persona portaba la temida enfermedad se recurría a inspeccionar la orina, el cuerpo y/o una sangría para examinar la sangre. Si se pensaba que el paciente tenía lepra, el dictamen era el siguiente: se le llevaba a una iglesia en procesión, se le acostaba ante el altar, celebrándose “su funeral” se entonaban cantos funerarios y se le vestía con el traje de Lázaro. Antes de abandonar la iglesia el sacerdote le rogaba: «Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios». Si el enfermo estaba casado, su matrimonio se consideraba disuelto y todos sus bienes pasaban a manos de sus parientes o de la Iglesia. Así pues, la lepra fue causa legal de divorcio y de la pérdida de todos los bienes patrimoniales de quienes tenían la desgracia de padecerla.
La iglesia consideraba al leproso “muerto en vida” por ser un pecador que a la vez estaba más cerca de Dios, quien le había otorgado el privilegio de redimir sus pecados, siempre y cuando aceptase el castigo de soportar la enfermedad y de llevar una vida ejemplar, aunque –eso si- fuera de la comunidad. Así que a mediados del s. VI durante el Concilio de Orleans, acordaron hacerse cargo del mantenimiento de estos “pecadores” enfermos de lepra. Y a finales de ese siglo en el Concilio de Lyon las autoridades eclesiásticas establecieron unas normas a cerca del aislamiento de los malatos. Entre ellas que cuando el mal fuese diagnosticado, el enfermo debía ser expulsado de la sociedad y condenado a vivir extramuros. Igualmente se le prohibía salir de su aposento sin el traje de leproso, entrar en iglesias, tocar con sus manos cualquier cosa, ni postes, ni barandillas de puentes salvo que llevase guantes. No podía tampoco mantener relaciones sexuales, ni entrar en ningún local público. A partir del s. XI, se les dejó mendigar para "mejorar sus condiciones de vida", se les obligaba a usar una ropa que los distinguía del resto, de color gris y debían portar un cascabel o una carraca para advertir de su presencia evitando, así, el riesgo de contagios.
Ante la situación de los numerosos enfermos se fundó La Orden militarista de San Lázaro dedicada al cuidado de los leprosos. Fue creada en Jerusalén en 1100 para atender a los peregrinos que llegaban enfermos a la Ciudad Santa. Teniendo como antecedente instituciones caritativas que ya antes de las cruzadas daban asistencia a los romeros que acudían a los santos lugares. Eran ingresados en edificios construidos al efecto, llamados leproserías.
En España estos centros para leprosos eran conocidos también como gaferías y malaterías. Estaban situados en vías principales, muy frecuentadas, sobre todo en el Camino de Santiago, poseían huertos para poder autoabastecerse, establo, caballerizas, capilla y cementerio. Cada enfermo solía tener un aposento individual, bien habitación o bien cabaña. Además de los consabidos rezos también se les practicaban atenciones “médicas” como sangrías, y entre la ciencia y el curanderismo les preparaban brebajes de plantas e incluso de víboras, también recomendaban servirles para comer carne de serpiente. Muy interesante a este respecto es la lectura del libro Tratado de los signos y tratamiento de los leprosos de Jordanus de Turre (13313-1335), uno de los autores que más información nos aporta sobre los métodos aplicados para tratar a estos enfermos.
La primera gafería española fue la de Barcelona e el s. lX. Seguida de otras muchas a lo largo del país. Los Reyes Católicos en 1471 crearon la figura de los Alcaldes de la lepra. Estos debían asumir las competencias que anteriormente tenían jueces eclesiásticos en cuanto a las decisiones de aislamiento de por vida de esta pobre gente. En la Edad Media el cinco por ciento de la población padecía la lepra en Europa. A mediados del s. XV, tal vez como consecuencia de la Peste Negra que aniquiló a tanta gente, fue remitiendo.
Gracias a los avances de la medicina se sabe que es una enfermedad causada por la bacteria Mycobacterium leprae. Provoca úlceras cutáneas, daño neurológico y debilidad muscular que empeora con el tiempo. Al contrario de lo que se creía en la Edad Media no se propaga fácilmente. Además se ha podido saber que la mayoría de las personas que entran en contacto con la bacteria no desarrollan la enfermedad. Afortunadamente, hoy en día es curable con tratamientos antibióticos. Según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), en la actualidad hay casos en algunos países con más incidencia en Brasil, India e Indonesia.
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