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  • Foto del escritorEdad de Niebla

Nostalgia de los tebeos



Si alguien deseara escribir -una vez más- sobre la historia social y económica de la España de Franco debería sumergirse en la lectura de los viejos tebeos de la época, y concretamente en las revistas TBO y Pulgarcito.


Creo que nadie como aquellas revistas dibujó con tanta crudeza y exactitud nuestra realidad de entonces: hambre, estrecheces, falta de libertades y de horizontes, desesperanza, pequeñas raterías y picardías para sobrevivir. Disfrazadas y envueltas en un humorismo crítico, violento y pesimista, pudieron soslayar la mirada inquisitiva y omnipresente de la censura del Régimen. Y aunque se las consideraba revistas infantiles, lo cierto es que, sin decirlo expresamente, estaban sin duda dirigidas a un público adulto que se reía de sus propias carencias.


(Como revista infantil, el Régimen se inventó, entre otras, la revista falangista Flechas y Pelayos, que pasó sin pena ni gloria ni dejó ninguna huella).


Yo leía con regularidad el veterano TBO y especialmente el Pulgarcito, del que conservo, como reliquias, varios tomos encuadernados con ejemplares de aquellos años, que alguna vez hojeo y releo nostálgicamente. Porque cuando desapareció la dictadura, y con ella muchas de sus características y consecuencias, los tebeos perdieron sus temas principales y con ellos su verdadera razón de ser. Así que finalmente terminaron también por desaparecer. Descansen en paz en el recuerdo colectivo de las personas de edad.


No puedo dejar de sonreír recordando algunos de los viejos personajes de nuestros tebeos:

-Al final del TBO, como broche de oro y hojalata, seguíamos las peripecias de la familia Ulises: padre, madre, hijos, abuelos, perro, embarcados hacia una modesta modernidad en el seiscientos. Porque el coche utilitario de entonces, pequeño por fuera y grande por dentro y donde todos cabían, era la aspiración máxima de la familia de clase media de la época, el signo de que las cosas empezaban a ir bien, o de que nos creíamos que empezaban a ir bien.


Y luego estaban los asombrosos y esperpénticos inventos del doctor Franz de Copenhague, porque simulando que aquello ocurría en el extranjero podíamos burlarnos, sin miedo a la censura, de nuestro retraso tecnológico, que sustituíamos con engendros a base de ideas más o menos descabelladas.


Pero donde la crítica solapada alcanzaba las más altas cumbres de nuestros precipicios, valga el oxímoron, sucedía con los personajes arquetípicos del Pulgarcito, hasta el punto de que algunos de ellos se usaban en la época como dichos populares: "Tener más hambre que Carpanta. Estar más loco que Carioco. Ser como el repórter Tribulete, que en todas partes se mete". Dibujantes como Escobar, Conti, Vázquez, Cifré, Peñarroya y otros varios se convirtieron, con su humor ácido y desencantado, en los adelantados de la filosofía popular de la época.


El viejo tebeo ha muerto, lloremos por él, que es como llorar por las desgracias del pasado de España. Ahora ha venido el comic, extranjerismo blanco y descafeinado que no nos sacude con la intensidad de antaño. Menos mal que nos quedan las tiras políticas de nuestros periódicos para mantener en alto la insigne lechería de la "mala leche nacional".

Miguel Garrido.Colaborador


Imagen cedida por J. G. coleccionista de comics

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