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Una ensalada de palabras doctas



En los últimos treinta, cuarenta, cincuenta años se han creado millares de palabras, en consonancia con el avance de la técnica, de las ciencias de todas clases y de la intercomunicación entre las sociedades humanas, de camino hacia la aldea global en la que nos estamos convirtiendo. Los neologismos nos asaltan por todas partes y nuestras viejas y rotundas palabras españolas se mezclan y confunden con términos extranjeros, básicamente en inglés, pero también en otras muchas lenguas, dando muchas veces lugar a extraños y pintorescos maridajes. ¡Y el que no haya tenido que escanear un papel alguna vez en la vida que nos envíe un whatsapp para contarlo!


¡Cómo echo de menos las antiguas palabras nobles, aquellas que presumían de su ascendencia latina, griega, hebrea o incluso árabe! (hoy diríamos pedigrí).


Cuando yo era joven, hace ya muchos años, en nuestro grupo literario nos hacía felices presentar y discutir sobre palabras doctas, cazadas al azar en las selvas lingüísticas y semánticas de los diccionarios de la época. Aquellas cacerías resultaban realmente apasionantes y demostraban a menudo que a pesar de nuestras ínfulas de personas cultas, no pasábamos de ser unos pobres aprendices del idioma.


Recuerdo con especial deleite, por ejemplo, cuando alguien del grupo nos aplastó con la palabra sindéresis: -Capacidad natural para juzgar rectamente y de acuerdo a los principios prácticos y universales de la acción moral.


¡Qué apasionadas discusiones y controversias mantuvimos entonces en torno a aquella palabra! Y los ejemplos de rectitud moral que nos echábamos unos a otros a la cara: -No le dés vueltas: el todo será siempre mayor que cualquiera de sus partes- No puedes defender a la vez una idea y la contraria … . De donde se demuestra que la mayoría de los políticos carecen de sindéresis.


Y durante muchos días nos estuvimos saludando así: ¿Qué tal andas hoy de sindéresis? O las despedidas: Buen fin de semana repleto de sindéresis y sanos almuerzos concomitantes.


Claro que poco después llegó la palabra ataraxia (estado de ánimo de calma y total ausencia de deseos y temores). Y empezamos a desearnos hermosas siestas y gratificantes sueños con ataraxia incluida. A la que en seguida se incorporó eutrapelia, virtud que modera los excesos en las diversiones y propicia los juegos honestos: Me voy de juerga, pero no os preocupéis por mí, porque será una fiesta con eutrapelia, es decir, sándwiches de queso y nada de alcohol.


A lo largo de los últimos años he recogido algunas nuevas palabras sabias que no venían en mis antiguos diccionarios, pero que han quedado firmemente aceptadas en nuestra sociedad. Si me lo permitís, os comentaré unos cuantos de estos neologismos.


Si vas por la calle y encuentras en la acera un billete de cincuenta euros, antes se decía que habías tenido mucha suerte. Hoy a la suerte se le llama serendipia (encontrar algo que no se busca), vocablo de presumible origen latino, pero que nos llega de Inglaterra y que tienen eufonía, es decir, que suena bien.

Antiguamente solamente había personas simpáticas y antipáticas. Hoy están de moda las personas empáticas: ¿comprendes a tu vecino, sufres con sus desgracias y te alegras con sus éxitos? Antes eras una buena persona, pero hoy eres un tipo empático, la empatía envuelve tu cabeza en un halo de santidad.


Todos los hombres y todas las mujeres somos hermanos: eso es fraternidad, hermosa palabra latina que no distingue entre sexos. Pero hoy con la deseada y deseable lucha de las mujeres para hacerse visibles, las aguerridas féminas han creado una fraternidad exclusiva entre mujeres: la sororidad, palabra igualmente latina e igualmente de origen inglés.


Antiguamente la humanidad imaginaba habitualmente un futuro en color de rosa. Pero hoy como nos acechan tantas calamidades (cambios climáticos, extremismos religiosos o políticos, guerras nucleares, pandemias, robots inteligentes dominando el mundo) casi todos imaginamos futuros realmente negros. Y los escritores amenizan estas ideas con libros, películas y series de televisión sobre catástrofes generalmente inminentes. Y a ese negro relato del futuro se le ha dado el nombre de distopía, que tiene aspecto de enfermedad incurable.


Y para acabar este relato os voy a presentar un vocablo que se ha hecho relativamente famoso en los Estados Unidos, a pesar de ser hebreo y aparecer ya en la Biblia:


Shibboleth.


Esta palabra se refiere a la forma de hablar o pronunciar de determinados grupos étnicos. Si decimos, por ejemplo, que los franceses tienen dificultades para pronunciar correctamente la jota y la erre fuerte españolas, tales dificultades sirven para identificar el origen de quienes las tratan de pronunciar. Los catalanes utilizan su famoso trabalenguas: Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat (dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado). Frase que sólo los auténticos catalanes saben pronunciar de manera correcta (yo estuve una tarde con un amigo catalán repitiendo la frase y tratando inútilmente de captar el matiz fonético).


Hace más de tres mil años, según se cuenta en el Libro de los Jueces, los galaaditas derrotaron a los efraimitas y los vencedores persiguieron a los fugitivos, que para escapar se hacían pasar por galaaditas. Empeño inútil: los efraimitas eran incapaces de pronunciar bien nuestra palabra: shibboleth (espiga), prueba a la que eran sometidos por los vencedores. Cuenta la biblia que tras esta prueba fueron degollados varios miles de desgraciados y tartamudeantes efraimitas.


Pasados los siglos, shibboleth perdió su carga siniestra y hoy día los internautas la traducen simplemente por contraseña (o password en lenguaje informático). Así que un día de estos voy a pasar por mi banco para decirles que quiero cambiar de shibboleth, a ver qué cara ponen.


Muchas gracias por vuestra atención.




Colaboración de Miguel Garrido



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