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  • Foto del escritorMerche Toraño

El papel de la mujer en España entre el siglo XIX y el XX hasta 1936




La historia está llena de mujeres de muchas generaciones que, en un mundo dominado por los hombres, tuvieron la iniciativa de pensar por ellas mismas.


Mujeres que consiguieron llevar adelante, contra viento y marea, quehaceres o vocaciones en las que el género masculino poseía la hegemonía en todos los campos: social, profesional y político. A ellas se les asignaba la exclusiva actividad de los quehaceres de la casa, la crianza de los hijos, y como plus continuado, la tarea de sumisa creadora del bienestar y reposo del marido en el hogar. Ese papel de hija, madre y compañera fue asumido de forma irremisible por la mayoría de ellas a través del tiempo. Hubo unas pocas que decidieron correr los riesgos que implicaba luchar por sus libertades individuales dentro de una sociedad machista; una sociedad que se empeñaba en colocarlas en los puestos de precedencia social con menos relevancia. Pero su fuerza y perseverancia a través de las generaciones significaron los pasos que sentaron los precedentes históricos que iban a facilitar el camino hacia los logros de género que se han venido consiguiendo hasta la actualidad y sin cuyos antecedentes las generaciones de la democracia habrían tenido que empezar de cero.


En general el papel de la mujer en el final del siglo XIX y comienzos del XX no era mucho más halagüeño que en épocas anteriores. En las zonas rurales, además de las tareas que le eran asignadas por condición de género, colaboraba en las labores del campo en épocas de recolección o ayudaba al marido en el cuidado del ganado en las explotaciones familiares, significando estas tareas una mayoría de la población activa femenina.


En 1888 una Real Orden acuerda que "las mujeres sean admitidas en la enseñanza privada". Pero no sería hasta 1910 cuando por medio de otra Real Orden se concedería el mismo derecho a hombres y mujeres para acceder a la universidad. Un derecho que iban a tener que sufrir por razón de género durante años como describe Consuelo Flecha García en su libro Las primeras universitarias en España (1872-1910). El acceso a una formación universitaria era muy restringido de todas formas, y solo asumible para quienes naciendo en una familia acomodada, tenían el permiso paterno para ello.


En el año 98 del siglo XIX . con una educación todavía sexista y en colegios separados por género. la mujer continuaba siendo instruida para casarse, mantener el hogar, tener hijos y, por ley, obedecer al marido.


A principios del siglo XX en el ámbito católico todavía se consideraba que "educar señoritas era visto como una excentricidad y acaso como un serio peligro" (Montero 209:320).


En el último tercio del siglo XIX la incorporación de la mujer al trabajo asalariado, aunque lenta, había empezado a ser una realidad visible. Este derecho al trabajo había sido anteriormente defendido por Concepción Arenal con la que surge la denominada "conciencia nueva" que defendía una identidad femenina propia y reivindicaba la personalidad de la mujer y su dignidad a través de ella misma y del desarrollo de su intelectualidad. En las ciudades un gran número de empleo de mujeres ocupaba el servicio doméstico- Debido a la industrialización, la proliferación de las fábricas y el crecimiento de las ciudades, el trabajo de la mujer empezaba a adquirir un rumbo nuevo y a principios del siglo XX se experimentó una tendencia hacia el aumento de la actividad de la mujer en el terreno profesional, especialmente en la industria y el sector terciario, aunque seguiría siendo trabajo hecho desde el propio domicilio, generalmente para fábricas, actividades como el bordado, tejido de encajes, confección de ropa. etc. Las mujeres que accedían a un empleo en fábricas, generalmente textiles y con categoría de obreras, realizaban trabajos poco especializados que no requerían una gran formación, con salarios mínimos. que suponían un 50 o 60 por ciento el sueldo de los hombres y jornadas laborales superiores a las diez o doce horas, aunque el papel fundamental de ellas en la sociedad continuaba relegado al matrimonio, al cuidado de la casa y a la función reproductiva, convirtiendo cualquier otro tipo de quehacer como marginal. Sin formación profesional, era considerada inferior jurídica, y socialmente dependiente del varón. La modernización social que experimentó España en el primer tercio del siglo XX repercutió también favorablemente en en el acceso a la educación femenina, cosa que no fue bien vista por un sector amplio de la sociedad. Se partía de ideas conservadoras y tradicionales sobre la inferioridad mental y fisiológica de la mujer y se consideraba ese derecho como un simple y gracioso capricho de quienes debían delegar en el hombre el privilegio de la intelectualidad. El 8 de marzo de 1910, poco después de que Emilia Pardo Bazán fuera nombrada consejera de Instrucción Pública, se aprobó una real orden que autorizaba a las mujeres a acceder a la Enseñanza Superior. En el año 1915, y como versión femenina de la Residencia de Estudiantes, e impulsada por María de Maetzu. se crea en Madrid la Residencia de Señoritas como espacio para vivir las chicas que acudían a estudiar a la universidad. Desde esta residencia, que estuvo siempre en contacto con el Instituto Internacional, partía un autobús todos los días hacia la Ciudad Universitaria. Se organizaban también actividades de formación cultural para aquellas que quisieran elevar su nivel formativo. Y de los años 20 a los 30 el número de mujeres matriculadas en la educación superior era ya muy significativo.


El primer tercio del siglo XX fue época para el comienzo de una metamorfosis en el arquetipo femenino y, aunque con la Dictadura de Primo de Rivera las mujeres pudieron llegar al gobierno, no sería hasta 1931-1936 con la II República cuando se incorporan de forma real a la política y de forma oficial a reivindicar sus derechos.


A partir de 1920, en España comenzaba un movimiento feminista cuyos objetivos eran la reforma de la educación femenina, derogación de las leyes discriminatorias, el derecho al sufragio femenino y facilidad laboral con equiparación de salarios.


Aunque en la lucha de las mujeres por la igualdad la iglesia y los muchos detractores masculinos fueron siempre enemigos fuertes, en honor a la verdad, también hay que proclamar que hubo hombres que las apoyaron y EL Heraldo de Madrid de 8 de diciembre 1928 con el título de La mujer reclama derechos iguales al los hombres, publicaba una sesión de la Academia de Jurisprudencia en la que varios juristas se muestran de acuerdo con esa petición.


El Código Civil español, que estuvo vigente hasta la Segunda República, regulaba aspectos como: "La mujer está obligada a seguir al marido donde quiera que este fije su residencia" (Art. 58), "El marido es el administrador de los bienes de la sociedad conyugal (Art. 59)- Otros artículos como el 60, decretaban, entre otras cosas, que la mujer no podía comparecer a juicio ni manejar sus bienes sin el permiso de su marido (1 ANEXO BOE núm.206 de 25 de julio 1889).


Los principios democráticos que proclamaba la República tuvieron que dar paso al voto de las mujeres. Una dificultad para llegar a este salto renovador fue el enfrentamiento entre las diputadas Clara Campoamor y Victoria Kent que no estaban de acuerdo. Victoria Kent no consideraba adecuado el paso de las mujeres a las urnas ya que las consideraba en su mayoría conservadoras y poco preparadas social y políticamente para otorgarles la responsabilidad de decidir una opción política, creyendo en la influencia sobre ellas de sus maridos y de la Iglesia. El argumento de Clara Campoamor, al contrario, era favorable al sufragio femenino y apelaba a una Constitución republicana sin discriminación entre hombres y mujeres. Estaba convencida, además, de que la mejor escuela para aprender los valores democráticos era la práctica.


Con la Constitución de la República de 1932, en su artículo 25, se reconocía por primera vez la igualdad entre hombres y mujeres. A partir del mismo año, con la aprobación en las Cortes Constituyentes del sufragio femenino, por 161 votos frente a 121, se presagiaba el comienzo de un camino hacia cambios y nuevas oportunidades. Pese a todo ni siquiera muchos librepensadores pudieron evitar un criterio discriminador, Durante la II República ellas, además del sufragio femenino, habían empezado a conseguir derechos, y durante la Guerra Civil participaron en ambos bandos, pero una vez acabada esta, se anuló la legislación republicana y con ella el nuevo papel social que las mujeres estaban adoptando. Con la derrota de las fuerzas republicanas por el ejército de Franco el proceso de la actividad feminista por parte de las mujeres quedó interrumpido.


Imagen de - edad de niebla -






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